La biblioteca de Andrómeda.
Capítulo dos.
La arqueóloga espacial señorita Edmunda, contemplaba con fascinación el folio con aquellos títulos del siglo XX. Cuando la fascinación acabó, y tardó un poco. Se levantó y envió un mensaje de texto por el intercomunicador interepersonal al comandante en jefe: Jefe Luís: estamos ante un hallazgo de proporciones planetarias.
Al cabo de unos segundos valoró el peso de sus palabras y mandó otro: Jefe Luís: estamos ante un hallazgo que si no es de proporciones planetarias, al menos tiene su interés y su cosa. Solicito permiso para abrir el resto de paquetes de la caja uno, extraer los ejemplares, que son libros y lo sé porque van envueltos en plástico transparente y se ve que son libros, y clasificar el material, procediendo además a redactar un informe que recoja toda esta epopeya.
Edmunda, presa del aturdimiento que produce la emoción, se fue a unos de los cuartos de baño de la nave con la idea de fumarse un pitillo. ¡En pleno año 5124 y conservando vicios del siglo XX y XI! En fin así son las cosas.
Entró en unas de las cabinas que contenían un retrete y encendió un cigarrillo rubio. Aspiró y expiró el humo con el gesto que deforma el rostro de los seres esclavizados por el pecado.
La alarma antihumo sonó y ella la desactivó desde su intercomunicador interpersonal.
Arrojó el cigarrillo al retrete e hizo funcionar la cisterna.
Salio de la cabina del retrete y tras enjuagarse las manos en el lavabo, se contempló en el espejo. Vió a una joven de rostro cansado, vió su uniforme de tecnico arqueólogo sin planchar y vió que hacía varios días que no se lavaba la cabeza, cuando tienes el pelo graso se nota más.
En la contemplación de su persona y estaba enfrascada cuando recibió un mensaje de texto del comandante en jefe: Proceda según su criterio y al acabar la jornada véngase si quiere a tomar unas cañas que hoy es el cumpleaños de William.
Si, si que te crees que porque seas el comandante en jefe vas a ligar con más facilidad, pensó la señorita Edmunda.
La jovén no era ajena a las miradas furtivas del comandante, a su amabilidad excesiva en ocasiones, a que siempre le cedía el paso en los pasillos de la nave, a que siempre podía consumir tantos yogures de pera con trozos como quisiera sin ser amonestada por su gula, pequeños detalles que ocultaban sin duda la lascivia contenida del comandante. Un hombre honrado, si, un jefe ejemplar, si, pero sin duda un hombre que no era ajeno al deseo carnal. El universo intergalático es muy grande, los viajes son largos y los hombres son todos unos cerdos. Bueno casi todos, Bueno no sé pero yo me entiendo, pensaba para si Edmunda.
Salió del cuarto de baño decidida a enfrascarse en su investigación y se dirigió a abrir los paquetes de plastico de la caja uno, paquetes repletos de libros, repletos de curiosidades…
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