Capítuloo 1 Glasgow.
Trasladaba aquellos libros con una devoción casi malsana. No los transportaba de la estantería al carrito de bibliotecario, los llevaba en brazos, como algunas personas llevan a una mascota mimada, a uno de esos perritos repugnantes que miran con insolencia al resto del mundo. Se diría que acunaba los libros.
La mano izquierda los soportaba y la derecha los protegía de un peligro inexistente.
Mire usted que me gusta leer y los libros pero según que mogigaterías me sacan un poco de mis casillas.
Era, y creo que sigue siendo porque debe ser eterno, Miguel el encargado de catalogación dinámica de la biblioteca de Hill Head Street. Un hombrecito extraño y antipático de Córdoba. Una eminencia en lengua inglesa y casi mas soso que raro. Una persona con alma de papel envejecido y amarillo.
Un desamor mal curado hacía pocos años, lo llevó a Glasgow huyendo de España, que era según sus propias palabras un país salvaje donde no saben lo que es el amor. Sea como fuere tampoco buscaba compañía humana ninguna en Escocia. Cosa estúpida porque el caracter allí es sonriente, amable y de andar por casa.
Pensó, imaginó y quiso creer que los libros iban a salvarlo del desamor, cuando lo que hicieron es entretenerlo el tiempo suficiente para que se creyera que la autocompasión es una cosa que da mucha dignidad y buena presencia.
Salió a la calle, en el descanso de 15 minutos, con su chaquetilla de de punto grueso, sus zapatos marrones sin limpiar y su cagetillas de cigarrillos ingleses caros.
Encendió uno, mientras con el rabillo del ojo observaba que el trabajo de la llama del mechero y con la mano libre marcó un teléfono del condado de Oxford.
Un golpe de viento desordenaba su pelo grasiento cuando contestaron:
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